Haecceidad

Un modo de individuación muy diferente del de una persona, un sujeto, una cosa o una sustancia.

"Nosotros sabemos que entre un hombre y una mujer pasan muchos seres, que vienen de otros mundos, traídos por el viento, que hacen rizoma alrededor de las raíces, y que no se pueden entender en términos de producción, sino únicamente de devenir" G. Deleuze

LA COMUNICACIÓN en Bataille

• La experiencia misma es la autoridad
• Valor, autoridad, implican el rigor de un método, la existencia de una comunidad
• Llamo experiencia a un viaje hasta el límite de lo posible para el hombre. Cada cual puede no hacer ese viaje, pero, si lo hace esto supone que niega las autoridades y los valores existentes, que limitan lo posible. Por el hecho de ser negación de otros valores, de otras autoridades, la experiencia que tiene existencia positiva llega a ser ella misma el valor y la autoridad.
• La experiencia alcanza finalmente la fusión del sujeto y el objeto, siendo, en cuanto sujeto, no saber y, en cuanto objeto, lo desconocido.
• El sí mismo no es el sujeto que se aísla del mundo, sino un lugar de comunicación, de fusión del sujeto y el objeto.
• Hay dos enfermedades de la experiencia interior: el espejo y el proyecto
• El no saber comunica el éxtasis, el no saber es en primer lugar angustia.
• He pensado a menudo en el día en que se consagrará al fin el nacimiento de un hombre que tuviera con toda sinceridad los ojos hacia dentro. Su vida sería como un largo túnel de pieles fosforescentes y le bastaría con tumbarse para sumergirse en todo lo que tiene de común con el resto del mundo y que nos es atrozmente incomunicable. Quisiera que todo el mundo, al pensar que el nacimiento de un hombre tal pudiera ser hecho posible, mañana, por un común acuerdo de sus semejantes y del mundo, pudiera como yo, verter lágrimas de alegría
• Lo mismo que en un estallido de risa la angustia que nace de lo desplazado de la risa reduplica las ganas de reír.

• Blanchot me preguntaba: ¿por qué no perseguir mi experiencia interior como si yo fuese el último hombre?....Empero me siento el reflejo de la multitud, y la suma de sus angustias. Por otra parte si yo fuese el último hombre, ¡la angustia sería la más enloquecedora que pudiera imaginarse! –no podría escapar a ella de ninguna manera, permanecería ante el aniquilamiento infinito, arrojado en mí mismo, o aún más: vacío, indiferente-. Pero la experiencia interior es conquista y, como tal, ¡para otro! El sujeto en la experiencia se extravía, se pierde en el objeto, el cual también se disuelve. No podría, sin embargo, disolverse hasta ese punto si su naturaleza no le permitiese tal cambio; el sujeto en la experiencia a despecho de toda morada: en la medida en que no es un niño en el drama, una mosca sobre la nariz, es conciencia de otro (había descuidado esto la otra vez). Siendo la mosca o el niño, no es ya exactamente el sujeto (es irrisorio, irrisorio ante sus propios ojos); haciéndose conciencia de otro, y como lo era el coro antiguo, el testigo, el vulgarizador del drama, se pierde en la comunicación humana, en tanto que sujeto se lanza fuera de sí, se abisma en una multitud indefinida de existencias posibles. Pero, ¿y si esta multitud llegase a faltar, si lo posible hubiese muerto, si yo…fuera el último? ¿debería yo renunciar a salir de mí mismo, permanecer encerrado en mí como en el fondo de una tumba? ¿deberé desde hoy gemir ante la idea de no ser ya, de no poder esperar ser ese último; desde hoy monstruo, llorar el infortunio que me abruma –pues, es posible, el último sin coro, quiero imaginarlo así, moriría muerto de sí mismo, en el crepúsculo infinito que sería, sentiría abrirse las paredes (el fondo mismo) de la tumba. Puedo imaginar aún…(¡sólo lo hago para otro!): puede que, todavía vivo, me entierren en su tumba –en la del último, en la de ese ser desdichado que desencadenó al ser en él-.
• Me remito a vente años atrás: en un principio me había reído, mi vida se había disuelto, al salir de una larga piedad cristiana, con una mala fe primeriza, en la risa. De esta risa he descrito más arriba el punto de éxtasis, pero desde el primer día yo ya no tenía duda: la risa era revelación, habría el fondo de las cosas. Contaré la ocasión de la que surgió tal risa: estaba en Londres ( en 1920) y debía sentarme a la mesa con Bergson; entonces yo no había leído nada de él (ni, por otra parte, poca falta hace, de otras filósofos); tuve esa curiosidad y, encontrándome en el British Museum, pedí La Risa ( el más corto de sus libros); la lectura me irritó, la teoría me pareció de corto alcance (en ese mismo aspecto el personaje me decepcionó: ¡ese hombrecito prudente, filósofo!), pero la cuestión, el sentido que permanecía oculto de la risa, fue desde entonces a mis ojos la pregunta clave (unida a la risa feliz, íntima, de la que ví entonces que estaba poseído) el enigma que debía resolver a todo precio (el cual una vez resuelto resolvería todo el resto por sí mismo). Durante largo tiempo no conocí más que una caótica euforia. Tan solo después de varios años sentí que el caos –fiel imagen de una incoherencia de ser diverso- gradualmente se hacía sofocante. Yo estaba roto, disuelto por haberme reído demasiado, tal, deprimido, me hallaba: el monstruo inconsciente, vacío de sentido y voluntades, que yo era me daba miedo.
• De una partícula simple a otra no hay diferencia de naturaleza, no hay diferencia entre ésta y aquella. Hay esto que se produce aquí o allá, cada vez en forma de unidad, pero esta unidad no persevera en sí misma. Ondas, olas, partículas simples, no son quizás más que los múltiples movimientos de un elemento homogéneo; no poseen más que una unidad huidiza y no rompen la homogeneidad del conjunto. Solo los grupos compuestos de numerosas partículas simples poseen ese carácter heterogéneo que me diferencia de ti y aísla nuestras diferencias del resto del universo. Lo que se llama un “ser” no es nunca simple, y si posee la unidad duradera, la tiene sólo de modo imperfecto: está minada por su profunda división interior, permanece mal cerrada y, en ciertos puntos atacable desde el exterior.
Es cierto que ese “ser” aislado, extraño a lo que no sea él mismo, es la forma bajo la cual se te aparecen en primer lugar la existencia y la verdad. Es a esa diferencia irreductible –que tú eres- a la que debes referir el sentido de cada objeto. Sin embargo la unidad que eres tú te huye y se escapa: esa unidad no sería más que un dormir sin sueños si el azar dispusiese siguiendo tú más ansiosa voluntad.
Lo que tú eres depende de la actividad que une los elementos sin número que te componen, de la intensa comunicación de esos elementos entre ellos. Son contagios de energía, de movimiento de calor o trasferencias de elementos que constituyen interiormente la vida de tu ser orgánico. La vida no está nunca situada en un punto particular: pasa rápidamente de un punto a otro (o de múltiples puntos a otros), como una corriente o una especie de fluido eléctrico. Así, donde quisieras capara tu sustancia intemporal, no encuentras más que un deslizamiento, los juegos mal coordinados de tus el elementos perecederos.
Más allá, tu vida no se limita a ese inaprehensible fluir interior; fluye también hacia fuera y se abre incesantemente a lo que corre o brota hacia ella. El torbellino duradero que te compone choca con torbellinos semejantes con los que forma una vasta figura animada con una agitación mesurada.. Pero vivir significa para ti no solamente los flujos y los juegos huidizos de luz que se unifican en ti, sino los trasvases de calor o de luz de un ser a otro, de ti a tu semejante o de su semejante a ti (incluso en este instante en que me lees, el contagio de mi fiebre que te alcanza): las palabras, los libros, los momentos, los símbolos, las risas no son sino otros tantos caminos de ese contagio, de esos trasvases.. Los seres particulares cuentan poco y encierran inconfesables puntos de vista si se considera lo que cobra movimiento, pasando del uno al otro en el amor, en trágicos espectáculos, en los transportes de fervor. Así que no somos nada, ni tú ni yo, al lado de las palabras ardientes que podrían ir de mí hacia ti, impresas en una cuartilla: pues yo no habré vivido más que para escribirlas, y, si es cierto que se dirigen a ti, tú vivirás por haber tenido la fuerza de escucharlas. (Igualmente, ¿qué significan los amantes, Tristán, Isolda, considerados sin su amor, en una soledad que los abandona a cualquier ocupación vulgar?, dos seres pálidos, privados de lo maravilloso; nada cuenta más que el amor que los desgarra a ambos.)
Yo no soy y tú no eres, en los vastos flujos de las cosas, más
Que un punto de parada favorable a un resurgir..
No tardes en tomar una conciencia exacta de esta posición angustiosa: si te sucediese apegarte a metas encerradas en esos límites en los que nadie más que tú está en juego , tu vida sería la de la mayoría, estaría «privada de lo maravilloso». Un breve alto: el complejo, el dulce, el violento movimiento de los muchos hará de tu muerte
Una espuma que salpica. Las glorias, la maravilla de tu vida dependen de ese rebrotar de la oleada que se anudaba en ti en el inmenso fragor de catarata del cielo.

Las frágiles paredes de tu aislamiento en donde se compenetraban las múltiples paradas, los obstáculos de la conciencia, No habrán servido más que para reflejar un instante el brillo de
esos universos en el seno de los cuales tú no dejas jamás de estar
perdido. Si no hubiese más que esos universos móviles, que no encontrarán nunca remolinos que capten las corrientes demasiado rápidas de una conciencia indistinta, cuando anudano sabemos qué brillante interior ,infinitamente vago, con los más ciegos movimientos de la naturaleza, carecen de obstáculos, esos movimientos serían menos vertiginosos. El orden establecido de las apariencias aisladas es necesario para la conciencia angustiada por las crecidas torrenciales que la arrastran. Pero si se10tomapor10 que parece, si encierra en un apego miedoso, no es sino ocasión de un error risible, una existencia marchita que marca un punto muerto, un absurdo y pequeño acurrucamiento, olvidado, por poco tiempo, en medio de la bacanal celeste. De un extremo al otro de esta vida humana que nos ha tocado en suerte, la conciencia de la escasez de estabilidad, incluso de la profunda falta de toda verdadera estabilidad, libera los encantos de la risa. Como si bruscamente esta vida pasase de una soledad vacía y triste al feliz contagio del calor y de la luz, a los libres tumultos que se comunican las aguas y los aires: los estadillos y los rebrotes de la risa suceden a la primera abertura, a la permeabilidad de aurora de la sonrisa. Si un conjunto de personas ríe de una frase que denota un absurdo o de un gesto distraído, pasa por ellas una corriente de intensa comunicación. Cada existencia aislada sale de sí misma a favor de la imagen que traiciona el error del aislamiento fijo. Sale de sí misma en una especie de fácil estallido, se abre al mismo tiempo al contagio de una ola que repercute, pues los que ríen se transforman en conjunto como las olas del mar, no existe entre ellos tabique divisorio mientras dure la risa, no están ya más separados que dos olas, pero su unidad es igualmente indefinida, tan precaria como la de la agitación de as aguas.
La risa común supone la ausencia de una verdadera angustia y, sin embargo ,no tiene otro origen que la angustia. Lo que la engendra justifica tu miedo. No se puede concebir que, caído, no sabes de dónde, en esta inmensidad desconocida, abandonado a la enigmática soledad, condenado para acabar a hundirte en el sufrimiento, no te sientas presa de la angustia. Pero del aislamiento en el que envejeces al seno del universo dedicados a tu pérdida, te es posible adquirir esta conciencia vertiginosa de lo que tiene lugar, conciencia, vértigo, a los que no llegas más que anudado por esta angustia.

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